Los pazos de ulloa by Emilia Pardo Bazán

Los pazos de ulloa by Emilia Pardo Bazán

autor:Emilia Pardo Bazán [Bazán, Emilia Pardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2010-06-23T13:43:21+00:00


* * *

-XVII-

Que Máximo Juncal, ya que es su oficio, reconozca detenidamente la cuenca del río lácteo de la poderosa bestiaza, conducida por el marqués de Ulloa, no sin asombro de las gentes, en el borrén delantero de la silla de su yegua, por no haber en Castrodorna otros medios de transporte, y no permitir la impaciencia de don Pedro que el ama viniese a pie. La yegua recordará toda la vida, con temblor general de su cuerpo, aquella jornada memorable en que tuvo que sufrir a la vez el peso del actual representante de los Moscosos y el de la nodriza del Moscoso futuro.

Cayéronsele a don Pedro las alas del corazón cuando vio que su heredero no había llegado todavía. En aquel momento le pareció que un suceso tan próximo no se verificaría jamás. Apuró a Sabel reclamando la cena, pues traía un hambre feroz. Sabel la sirvió en persona, por hallarse aquel día muy ocupada Filomena, la doncella, que acostumbraba atender al comedor. Estaba Sabel fresca y apetecible como nunca, y las floridas carnes de su arremangado brazo, el brillo cobrizo de las conchas de su pelo, la melosa ternura y sensualidad de sus ojos azules, parecían contrastar con la situación, con la mujer que sufría atroces tormentos, medio agonizando, a corta distancia de allí. Hacía tiempo que el marqués no veía de cerca a Sabel. Más que mirarla, se puede decir que la examinó despacio durante algunos minutos. Reparó que la moza no llevaba pendientes y que tenía una oreja rota; entonces recordó habérsela partido él mismo, al aplastar con la culata de su escopeta el zarcillo de filigrana, en un arrebato de brutales celos. La herida se había curado, pero la oreja tenía ahora dos lóbulos en vez de uno.

–¿No duerme nada la señorita?–preguntaba Julián al médico.

–A ratos, entre dolor y dolor.... Precisamente me gusta a mí bien poco ese sopor en que cae. Esto no adelanta ni se gradúa, y lo peor es que pierde fuerzas. Cada vez se me pone más débil. Puede decirse que lleva cuarenta y ocho horas sin probar alimento, pues me confesó que antes de avisar a su marido, mucho antes, ya se sintió mal y no pudo comer.... Esto de los sueñecitos no me hace tilín. Para mí, más que modorra, son verdaderos síncopes.

Don Pedro apoyaba con desaliento la cabeza en el cerrado puño.

–Estoy convencido–dijo enfáticamente–de que semejantes cosas sólo les pasan a las señoritas educadas en el pueblo y con ciertas impertinencias y repulgos.... Que les vengan a las mozas de por aquí con síncopes y desmayos.... Se atizan al cuerpo media olla de vino y despachan esta faena cantando.

–No, señor, hay de todo.... Las linfático-nerviosas se aplanan.... Yo he tenido casos....

Explicó detenidamente varias lides, no muchas aún, porque empezaba a asistir, como quien dice. Él estaba por la expectativa: el mejor comadrón es el que más sabe aguardar. Sin embargo, se llega a un grado en que perder un segundo es perderlo todo. Al aseverar esto, paladeaba sorbos de ron.



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